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Reinventar la pedagogía:

una tarea urgente

Quito, 22 de mayo de 2023

 

Hasta hace poco la escuela, el colegio y la universidad eran considerados los únicos escenarios de la enseñanza y los aprendizajes. Con la revolución tecnológica se está produciendo la informatización de las sociedades, cambios imperceptibles en la organización de la vida social y modificaciones en nuestro sentido del tiempo y del espacio.

¿Y qué tienen que ver estos fenómenos con la pedagogía? En primer lugar, hay que advertir la creciente complejidad de los procesos que vivimos. Se ha dicho con razón que se vive un cambio de época y no una época de cambios, porque la influencia de las tecnologías de información y los sistemas de comunicación son tan impactantes y sutiles, que han atravesado la vida cotidiana, y ‘disuelto’ los marcos de referencia otrora inamovibles –como la misma estructura estatal-, cuyo resultado no es otro que la incertidumbre caracterizada por Édgar Morin en su obra ‘Los siete saberes’.

Palabra y espectáculo

La pedagogía –entendida como la ciencia que enseña, construye y comunica saberes, y que promueve aprendizajes orientados a la formación dentro de un contexto curricular- es ahora insuficiente ante la vorágine de un mundo saturado de textos, imágenes y sonidos, que impactan las sensibilidades antes que por la vía de la racionalidad argumental. 

El espectáculo suple ahora a la palabra. Dicho en otros términos, los aprendizajes están saliendo de las aulas y lo que se ‘aprende’ afuera es fragmentado, incierto, confuso, polisémico y complejo.

Algunos ejemplos: las denominadas ‘autopistas de la información’ han permitido que la guerra y la paz, la miseria y la ostentación, las atrocidades y las acciones de bondad lleguen en directo y en forma cruda desde lugares remotos a nuestros hogares, a través de las imágenes electrónicas, por influencia de la globalización, en virtud de la cual, según Milan Kundera ‘nadie puede escapar a ninguna parte’.

Esta apertura de la sociedad –que difiere del planteamiento de Karl Popper en ‘La sociedad abierta’, quien planteó la autodeterminación libre y orgullosa de su apertura-, está ‘pedagogizando’ –léase manejando la vida diaria- por medio de la cual nos hacen repetir y memorizar, sentir y actuar –sin que nos demos cuenta- modelos de pensamiento, actitudes y prácticas que no responden a contextos locales sino globales. 

No reproducir, sino emancipar

Ha surgido entonces, según Zygmunt Bauman, en ‘Tiempos líquidos’, una globalización negativa, selectiva, centrada en el mercado, la vigilancia y la información, la delincuencia y el terrorismo, en una sociedad humana sin fronteras y expuesta a los golpes del ‘destino’, que produce incertidumbres y miedo, y donde la sociedad ya no está protegida por el Estado o, difícilmente, confía en su protección.

Ante este círculo vicioso caracterizado por la desprotección institucionalizada y la inseguridad insoportable, la soledad y la impotencia no son soluciones. La construcción o deconstrucción de una verdadera pedagogía reinventada en la libertad y la democracia, en la justicia y la equidad, parece ser una alternativa, no para reproducir sino para emancipar; no para controlar sino para desatar, porque ‘la más funesta consecuencia del triunfo global de la modernidad, es la aguda crisis de la industria de destrucción de ‘desperdicios humanos’’, según el citado Bauman.

Poder, discurso, sujeto

Es necesario repensar la pedagogía no solo desde el currículo –que resulta restrictivo y reduccionista- sino también desde la realidad global o contexto, lejos de las lecturas maniqueas; es decir, desde la cultura y la producción simbólica de discursos que, en la actualidad, se alimenta de imágenes, del espectáculo a expensas del significado que, según Jean Baudrillard, ‘ha borrado los límites entre el reino de la cultura y la vida cotidiana’, al crear una homogenización de una identidad abstracta.

Ante la fluidez de los modelos masivos y unívocos, las nuevas prácticas pedagógicas y sus reformas requieren procesos de discusión amplia, entre los que se deben analizarse el poder, el discurso y el sujeto, que decodifiquen las prácticas pedagógicas oficiales, dadas por el espacio, el tiempo y las unidades de contenido como textos, lecciones, ejemplos, preguntas, sistemas de evaluación, que en la mayoría de los casos nos convierten en ‘repetidores’ silenciosos de un sistema de pensamiento sujeto a órdenes instruccionales y regulativas del modelo oficial, que deja poco espacio para la innovación. 

Esto significa realizar esfuerzos para ‘unir el texto con el contexto que es indisoluble en la práctica pedagógica’, de acuerdo a Mario Díaz Villa, en el libro ‘Del discurso pedagógico: problemas críticos’. Y no sucumbir fácilmente ante lo global y virtual, y privilegiar lo local –o lo glocal-, lo autónomo y nuestra propia identidad.

Fausto Segovia Baus

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